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Psicóloga, especialista en dolor crónico, enfermedades reumáticas y fibromialgia

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Blog

Blog de Milena Gobbo, psicóloga especialista en dolor y enfermedades reumáticas.

Información, ideas y novedades relacionadas con el dolor crónico, con las enfermedades que lo producen (fibromialgia, artritis reumatoide, cáncer, espondiloartropatías, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.) y con los estados emocionales que contribuyen a que se mantenga (depresión, ansiedad, estrés, etc.)

Crónicas del Coronavirus 11. La libertad por dentro.

Milena Gobbo

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Los dibujos que Eva me manda son inconexos, de San Isidro a los cambios de fase, mascarillas y dudas. Y los libros. Cuando pensaba en cómo reunir todas estas cosas, me surgió la idea de esa libertad interna, de esa sensación de gobierno de mí misma que me sostiene casi siempre fuerte ante cualquier circunstancia. Hay muchas formas de rebeldía. Yo elegí la mía en algún momento de la vida, no soy capaz de recordar cuando. Es una rebeldía que va por dentro. Huyo de las confrontaciones como de la peste y no discuto si puedo evitarlo. Pero intento, casi siempre, hacer lo que creo que debo hacer, decir lo que creo que debo decir, y pensar lo que creo que debo pensar. Por eso, imagino, mis amigos de izquierdas piensan que soy de derechas y mis amigos de derechas piensan que soy de izquierdas. Yo intento que nadie sepa lo que soy (básicamente, porque ni yo misma sé ponerme una etiqueta). Me gusta esta libertad que llevo dentro. Es una libertad íntima y personal que me permite sentirme bien pase lo que pase, como un comodín secreto que sólo yo poseo. 

En estos días he leído una frase que representa a la perfección la idea a la que me refiero.  “Aunque supiera con seguridad que el mundo se va a acabar mañana, yo hoy plantaría un árbol”. Esa es la mayor prueba de libertad que existe. Hacer lo que pienso que debo hacer. No importa si conseguimos el éxito o no. Importa que lo hemos decidido, que es lo que queremos y que nos parece bien. Así que yo todos los días intento plantar mis árboles. Aunque no sepa si crecerán o si darán sombra a alguien. Como estas crónicas que escribo. Me siento bien haciéndolas. No importa si le gustan a la gente o si las aborrecen. Las escribo porque es lo que deseo hacer. Y ya está.

Fiestas de San Isidro durante la pandemia.

Fiestas de San Isidro durante la pandemia.

Las fiestas de San Isidro, esas que he vivido de tantas maneras. En la pradera con amigos o familia, viendo los fuegos artificiales en el Retiro, escuchando zarzuelas en la Plaza Mayor, o huyendo de la capital como tantos madrileños para disfrutar del mar, o de la montaña. Podría parecerlo, pero no. No siento nostalgia. Normalmente no comparo mis recuerdos del pasado con mi presente. Simplemente disfruto de los recuerdos. Las cosas que nos pasan no podemos decidirlas, pero sí podemos decidir qué hacemos con nuestros pensamientos. Y a mí me gusta recordar los buenos momentos y olvidar los malos. Es mi libertad. Yo decido. Y decido así. Decido recordar los buenos momentos (esa foto que guardo de un día con mis amigas, pañuelos y claveles en la cabeza, y sonrisa al sol). 

Más Platón y menos Prozac

Más Platón y menos Prozac

Decido a menudo, al parecer como Eva, refugiarme en el mundo literario, que tanta felicidad me ha proporcionado a lo largo de mi vida. Libros. Los amo. No hay nada más libre que la lectura. Todos los que leemos sabemos que el libro se construye a medias entre quien lo escribe y quien lo lee. Por eso decepcionan tanto las películas. Porque nosotros hemos puesto caras y voces a los personajes, les hemos imaginado y les hemos dado vida propia, y es difícil que no consideremos que “ese actor” es un impostor. O que la forma de ese dragón no se corresponde con la que nosotros creemos que debería tener. Libertad. De seguir o parar. De volver a leer. De leer con otros ojos. ¿Habéis probado a releer ese libro que os fascinó a los 15? ¿Os parece igual a los 30, a los 50? En los momentos de bajón, un libro que me haga reír. En los momentos de dudas, uno que ofrezca respuestas. En los de soledad, uno que acompañe. En los de miedo, uno que me haga volar a mundos nuevos. Siempre hay un libro que curará mi alma mejor que cualquier pastilla. Así que decido leer.

Nueva normalidad.

Nueva normalidad.

Empezamos a pasar de fase, saltando las vallas de esta carrera de obstáculos. Parece que debemos adaptarnos a la nueva etapa aprendiendo a convivir con el virus. Surfeando este mar cambiante a lomos de mascarillas (que a lo mejor acaban ahí, precisamente, en el mar de verdad, causando otros males distintos). A veces da la sensación de que nuestros intentos de acabar con el virus no tienen mucho sentido, que le alimentamos y le dejamos que siga creciendo. Y también a veces parece que los refranes se dan la vuelta. Que, en lugar de matar moscas a cañonazos, son los bichos los que tienen la artillería. Y que en boca cerrada también entran moscas. Y nos hablan de inmunidad de rebaño, que así acabaremos protegidos, pero nos sentimos también como un rebaño, sin voluntad para elegir a dónde vamos. 

No sé qué decidir, pero mi libertad interna me hace las maletas. Vuelo donde quiero, viajo donde me apetece. Nadie me lo impide. Y hago planes, como si mañana pudiera llevarlos a cabo. Porque… ¿quién sabe si mañana puedo? 

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Crónicas del Coronavirus 10. Palabras inventadas.

Milena Gobbo

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Yo estudié francés en el colegio, así que he pasado el resto de mi vida peleando sin éxito por aprender un poquito de inglés, el indispensable para defenderme en mi profesión. En ocasiones lo he pasado mal tratando de encontrar palabras en castellano que expresen lo mismo que palabras en inglés. Me pasó por ejemplo cuando empezaron a escribirse artículos en los que se usaba la palabra “empowerment” que al final se acabó traduciendo como empoderamiento. Palabra que yo personalmente odio, porque creo que no refleja muy bien la idea original. El empoderamiento no tiene nada que ver con el poder, sino más bien con la confianza en uno mismo, y con sacar el máximo rendimiento a las propias cualidades y defender adecuadamente nuestros derechos. Empoderamiento es una palabra que no me gusta. Pero ahí está. Fue una palabra que llegó para quedarse.

Llevo tiempo sin escribir. Básicamente porque tampoco tengo palabras buenas que definan mis pensamientos, mis emociones y mi conducta durante este periodo en el que nos encontramos. No hay palabra para este acorchamiento, este compás de espera, este dejar fluir la vida sin manejarla. No hay palabra para la amalgama de dudas y de contradicciones que pasean por mi interior. No hay palabra para este tipo de nostalgia de un abrazo. Para esta soledad que no lo es. No hay palabras.

Y mira que desde que llegó este virus nos hemos tenido que inventar muchas. Una de las que más odio es desescalada. ¿Qué es una desescalada? ¿Existe esa palabra? ¿Es un verbo, un sustantivo, …? No descubro nada si os digo que esa palabra no existe en el diccionario. Así que ya veo a los pobres académicos de la lengua intentando hacer una definición de la palabrita que acomode bien con esta realidad tan compleja de describir.

Eva, como siempre, plasma en sus dibujos un poco todo esto que a mí también se me pasa por la imaginación, pero de esa forma inteligente y brillante, sensible y artística, que me sirve a mí para hacer aflorar palabras. Las mías. Las que yo entiendo.

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La “desescalada”, sea lo que sea lo que eso significa, comenzó cuando acabó el mes de abril. “Ay ho, Ay ho”, cantan unos enanitos de Blancanieves en el día del trabajo, y me brota una sonrisa. Es humor negro, pero es humor. Ya quisiéramos nosotros que el inicio de la famosa “desescalada” supusiera que los sanitarios se pueden ir a descansar. Me temo que no. Que ni los sanitarios ni ninguno de nosotros podemos descansar de este virus tan fácilmente. Habrá que levantarse de nuevo para ir al tajo, nos guste o no nos guste. Nos quedan todavía muchos picos que escalar, antes de poder “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique.

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Nos han dicho que ya podemos empezar a “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, y cada uno, lo hace como entiende, como puede, como sabe, pero resulta que no, que no es nada fácil, que no va a ser cómo pensábamos, que “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, cuesta mucho y hay que ir bien pertrechados para no caer

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Además, el cuerpo se ha hecho a las nuevas condiciones, y la curva se ríe de nosotros (otra vez el sentido del humor, gracias amiga), nos pesa esta curva en muchos sentidos. Así que, “desescalar”, sea lo que sea lo que eso signifique, nos va a costar lo nuestro. Sobre todo, si uno de esos significados posibles de “desescalar” consiste en volver a la normalidad… Ah! Perdón, que no, que no volvemos a la normalidad, sino a la “nueva normalidad”, para la que todavía no tenemos palabra.

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Al final, las que parece que mejor se adaptan a “desescaladas” y “nuevas normalidades”, sea lo que sea lo que eso signifique, son las viejas generaciones, esas que ya no se asustan de nada y han vivido el nacimiento de muchas palabras, aunque a día de hoy les cueste recordar algunas. Me pasman en especial las mujeres de la generación de mi madre. Esas que se peinan solas y no necesitan peluquería, que cocinan, cosen, limpian, cuidan, y si es preciso vuelven a levantar el país mientras charlan con la vecina. Se ha hablado de muchos héroes en estos tiempos, pero estos héroes silenciosos que han vivido y viven siempre pensando en los otros, con una generosidad sin límites, también se han ganado un puesto en el pódium. 

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No sé cuando la “desescalada”, sea lo que sea lo que eso signifique, me llevará a lo que de verdad necesito por encima de todas las cosas en este momento. No sé si existe una palabra para eso. Lo único que quiero hacer, sentir, vivir, es poder abrazar a mi preciosa hija embarazada, frágil y fuerte a la vez, a mi hijo que vive en Londres y no sé cuándo podre volver a ver en persona, a mi madre a la que veo a dos metros de distancia sin tocarla, a mi chico, que no va a tener suficiente espacio en sus brazos para este cuerpo mío que gana diámetro cada día, a mi hermano, que bajo su apariencia arisca es un alma sensible, a mi sobrina (a ella quiero comérmela a besos), a mis amigas del alma,… no sé si existe una palabra para eso, para este hambre de contacto físico, de abrazos, abrazos, abrazos…pero si la “desescalada”, sea lo que sea lo que signifique eso, me lleva a ese momento, dejaré de odiar la palabra y será mi palabra favorita. Lo juro.

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Crónicas del Coronavirus 9. Instrucciones.

Milena Gobbo

Todos, supongo, hemos tenido ese profesor o profesora que recordamos con especial cariño, y lo hacemos, no tanto por los conocimientos que nos proporcionó, sino por la sabiduría que impartió. Que no es lo mismo. Yo recuerdo un profesor que me dijo: “aprende todo, Milena, y luego, cuestiónalo”. Nunca me han dado un consejo mejor.

Cuando vi el dibujo de Eva que abre esta crónica, supe de inmediato que tenía que hacer una entrada que giraría alrededor de esa idea: Instrucciones. Si hay algo ahora mismo que podemos encontrar en todas partes y a todas horas son instrucciones. Instrucciones para elaborar una máscara protectora, instrucciones de cómo usarla, cómo colocarla, dónde comprarla… Instrucciones también de todo lo imaginable. Podemos encontrar instrucciones de cómo vestirnos, de cómo peinarnos, de cómo construir un mueble o plantar un jardín, pero también de cosas más profundas, de cómo educar a nuestros hijos, de cómo parir y de cómo morir, de cómo darnos placer y como defendernos, de cómo exigir y de cómo ayudar…. Puedo escribir durante el resto de mi vida y no acabaría la lista de instrucciones que podemos encontrar sobre todo lo imaginable a nada que pulsemos un botón.

Y en este momento, que empieza a abrirse ese confinamiento que nos ha mantenido en casa, tenemos también instrucciones de cuándo salir, de cómo salir, de quiénes salir, de cuánto salir. El problema es que de las instrucciones se pasa a las normas, y de las normas a las leyes. Y antes de acatar ciegamente instrucciones, normas y leyes, es importante entender lo que proponen, cuestionarlo y decidir si lo hacemos propio o no.

Aprender todo y cuestionarlo todo. No olvido el consejo.

En algún momento de mi vida, alguien me presentó como “experta en…”. Me entró un ataque de risa por dentro. ¿¿Experta??? ¿yo???? Así que, entono el mea culpa. Porque en algún momento yo también he dado instrucciones y normas, con la mejor voluntad del mundo. Hoy quiero redimirme y dejar claro que las instrucciones son sólo eso. No son verdades ni mentiras, sólo instrucciones. Cosas que podemos hacer o no para conseguir un objetivo, y que lo hagamos o no, tiene que ser una decisión nuestra, tiene que ser porque nos parece que tienen sentido, que sirven, que nos convencen. No me entendáis mal. No os llamo a la rebelión “Dime de qué hablas, que ME OPONGO”. Tampoco a la sumisión “Es que HAY QUE hacer esto porque lo han dicho los que mandan…”. Ambas posturas son peligrosísimas. Sólo os invito a que reflexionéis y penséis en qué se hace, por qué se hace y si estáis o no de acuerdo en hacerlo, teniendo en cuenta siempre, que hagáis lo que hagáis, lo verdaderamente importante es que no os dañéis a vosotros mismos ni dañéis a los demás.

Simplemente, usad vuestro sentido común. Eso que parece tan fácil, pero es tan difícil a veces.

Ya nos pasaba antes, pero durante esta época ha sido todo mucho más exagerado. La vida no parece vida, sino una sucesión de fotografías que enviamos a otras personas que a su vez nos las envían a nosotros, todo ha ido pasando de un sitio a otro, lo que comemos, lo que cocinamos, las plantas que cultivamos, lo que nos ponemos, la música que escuchamos, las fotos de los maridos, de los hijos, de los padres, los muebles de nuestra casa. Hemos estado fuera sólo en fotografía. Irreales. Virtuales. Viviendo una vida que no es.

Contra toda lógica, esas puertas y ventanas cerradas han sido más cotillas que nunca. Todo ojos, todo oídos. La atención puesta en la conducta de los otros, pendientes de quién sale y quién entra, juzgando, valorando, simplemente cotilleando, desde la seguridad de estar detrás de la puerta. Da miedo salir. Sentirse observado. Perdido el anonimato de la bulliciosa vida normal.

Salimos, por fin, a la calle. A esa primavera que veíamos desde la ventana. A ese sol que se colaba en nuestras casas invitándonos provocador. Han tocado a la puerta y ya podemos salir, pero somos como momias que despiertan de un sueño muy largo. Desubicados. Ciegos. Extraños. Perdidos. Hemos estado tan metidos en nosotros mismos que ahora casi dan ganas de ver las cosas desde lejos, mirarlas con prismáticos sin salir de donde estamos.

Y aquí es donde llega el momento de valorar nuestras instrucciones. De salir del cajón, de nuevo haciendo equilibrios, buscando la mejor manera de afrontar de nuevo la vida, aunque sea luchando contra nosotros mismos. Porque, como le digo a mis pacientes, en ocasiones no se trata de hacer lo que nos apetece, sino lo que hemos decidido hacer. Esa es la más libre forma de ser.