Crónicas del Coronavirus 9. Instrucciones.
Milena Gobbo
Todos, supongo, hemos tenido ese profesor o profesora que recordamos con especial cariño, y lo hacemos, no tanto por los conocimientos que nos proporcionó, sino por la sabiduría que impartió. Que no es lo mismo. Yo recuerdo un profesor que me dijo: “aprende todo, Milena, y luego, cuestiónalo”. Nunca me han dado un consejo mejor.
Cuando vi el dibujo de Eva que abre esta crónica, supe de inmediato que tenía que hacer una entrada que giraría alrededor de esa idea: Instrucciones. Si hay algo ahora mismo que podemos encontrar en todas partes y a todas horas son instrucciones. Instrucciones para elaborar una máscara protectora, instrucciones de cómo usarla, cómo colocarla, dónde comprarla… Instrucciones también de todo lo imaginable. Podemos encontrar instrucciones de cómo vestirnos, de cómo peinarnos, de cómo construir un mueble o plantar un jardín, pero también de cosas más profundas, de cómo educar a nuestros hijos, de cómo parir y de cómo morir, de cómo darnos placer y como defendernos, de cómo exigir y de cómo ayudar…. Puedo escribir durante el resto de mi vida y no acabaría la lista de instrucciones que podemos encontrar sobre todo lo imaginable a nada que pulsemos un botón.
Y en este momento, que empieza a abrirse ese confinamiento que nos ha mantenido en casa, tenemos también instrucciones de cuándo salir, de cómo salir, de quiénes salir, de cuánto salir. El problema es que de las instrucciones se pasa a las normas, y de las normas a las leyes. Y antes de acatar ciegamente instrucciones, normas y leyes, es importante entender lo que proponen, cuestionarlo y decidir si lo hacemos propio o no.
Aprender todo y cuestionarlo todo. No olvido el consejo.
En algún momento de mi vida, alguien me presentó como “experta en…”. Me entró un ataque de risa por dentro. ¿¿Experta??? ¿yo???? Así que, entono el mea culpa. Porque en algún momento yo también he dado instrucciones y normas, con la mejor voluntad del mundo. Hoy quiero redimirme y dejar claro que las instrucciones son sólo eso. No son verdades ni mentiras, sólo instrucciones. Cosas que podemos hacer o no para conseguir un objetivo, y que lo hagamos o no, tiene que ser una decisión nuestra, tiene que ser porque nos parece que tienen sentido, que sirven, que nos convencen. No me entendáis mal. No os llamo a la rebelión “Dime de qué hablas, que ME OPONGO”. Tampoco a la sumisión “Es que HAY QUE hacer esto porque lo han dicho los que mandan…”. Ambas posturas son peligrosísimas. Sólo os invito a que reflexionéis y penséis en qué se hace, por qué se hace y si estáis o no de acuerdo en hacerlo, teniendo en cuenta siempre, que hagáis lo que hagáis, lo verdaderamente importante es que no os dañéis a vosotros mismos ni dañéis a los demás.
Simplemente, usad vuestro sentido común. Eso que parece tan fácil, pero es tan difícil a veces.
Ya nos pasaba antes, pero durante esta época ha sido todo mucho más exagerado. La vida no parece vida, sino una sucesión de fotografías que enviamos a otras personas que a su vez nos las envían a nosotros, todo ha ido pasando de un sitio a otro, lo que comemos, lo que cocinamos, las plantas que cultivamos, lo que nos ponemos, la música que escuchamos, las fotos de los maridos, de los hijos, de los padres, los muebles de nuestra casa. Hemos estado fuera sólo en fotografía. Irreales. Virtuales. Viviendo una vida que no es.
Contra toda lógica, esas puertas y ventanas cerradas han sido más cotillas que nunca. Todo ojos, todo oídos. La atención puesta en la conducta de los otros, pendientes de quién sale y quién entra, juzgando, valorando, simplemente cotilleando, desde la seguridad de estar detrás de la puerta. Da miedo salir. Sentirse observado. Perdido el anonimato de la bulliciosa vida normal.
Salimos, por fin, a la calle. A esa primavera que veíamos desde la ventana. A ese sol que se colaba en nuestras casas invitándonos provocador. Han tocado a la puerta y ya podemos salir, pero somos como momias que despiertan de un sueño muy largo. Desubicados. Ciegos. Extraños. Perdidos. Hemos estado tan metidos en nosotros mismos que ahora casi dan ganas de ver las cosas desde lejos, mirarlas con prismáticos sin salir de donde estamos.
Y aquí es donde llega el momento de valorar nuestras instrucciones. De salir del cajón, de nuevo haciendo equilibrios, buscando la mejor manera de afrontar de nuevo la vida, aunque sea luchando contra nosotros mismos. Porque, como le digo a mis pacientes, en ocasiones no se trata de hacer lo que nos apetece, sino lo que hemos decidido hacer. Esa es la más libre forma de ser.