Crónicas del Coronavirus 11. La libertad por dentro.
Milena Gobbo
Los dibujos que Eva me manda son inconexos, de San Isidro a los cambios de fase, mascarillas y dudas. Y los libros. Cuando pensaba en cómo reunir todas estas cosas, me surgió la idea de esa libertad interna, de esa sensación de gobierno de mí misma que me sostiene casi siempre fuerte ante cualquier circunstancia. Hay muchas formas de rebeldía. Yo elegí la mía en algún momento de la vida, no soy capaz de recordar cuando. Es una rebeldía que va por dentro. Huyo de las confrontaciones como de la peste y no discuto si puedo evitarlo. Pero intento, casi siempre, hacer lo que creo que debo hacer, decir lo que creo que debo decir, y pensar lo que creo que debo pensar. Por eso, imagino, mis amigos de izquierdas piensan que soy de derechas y mis amigos de derechas piensan que soy de izquierdas. Yo intento que nadie sepa lo que soy (básicamente, porque ni yo misma sé ponerme una etiqueta). Me gusta esta libertad que llevo dentro. Es una libertad íntima y personal que me permite sentirme bien pase lo que pase, como un comodín secreto que sólo yo poseo.
En estos días he leído una frase que representa a la perfección la idea a la que me refiero. “Aunque supiera con seguridad que el mundo se va a acabar mañana, yo hoy plantaría un árbol”. Esa es la mayor prueba de libertad que existe. Hacer lo que pienso que debo hacer. No importa si conseguimos el éxito o no. Importa que lo hemos decidido, que es lo que queremos y que nos parece bien. Así que yo todos los días intento plantar mis árboles. Aunque no sepa si crecerán o si darán sombra a alguien. Como estas crónicas que escribo. Me siento bien haciéndolas. No importa si le gustan a la gente o si las aborrecen. Las escribo porque es lo que deseo hacer. Y ya está.
Fiestas de San Isidro durante la pandemia.
Las fiestas de San Isidro, esas que he vivido de tantas maneras. En la pradera con amigos o familia, viendo los fuegos artificiales en el Retiro, escuchando zarzuelas en la Plaza Mayor, o huyendo de la capital como tantos madrileños para disfrutar del mar, o de la montaña. Podría parecerlo, pero no. No siento nostalgia. Normalmente no comparo mis recuerdos del pasado con mi presente. Simplemente disfruto de los recuerdos. Las cosas que nos pasan no podemos decidirlas, pero sí podemos decidir qué hacemos con nuestros pensamientos. Y a mí me gusta recordar los buenos momentos y olvidar los malos. Es mi libertad. Yo decido. Y decido así. Decido recordar los buenos momentos (esa foto que guardo de un día con mis amigas, pañuelos y claveles en la cabeza, y sonrisa al sol).
Más Platón y menos Prozac
Decido a menudo, al parecer como Eva, refugiarme en el mundo literario, que tanta felicidad me ha proporcionado a lo largo de mi vida. Libros. Los amo. No hay nada más libre que la lectura. Todos los que leemos sabemos que el libro se construye a medias entre quien lo escribe y quien lo lee. Por eso decepcionan tanto las películas. Porque nosotros hemos puesto caras y voces a los personajes, les hemos imaginado y les hemos dado vida propia, y es difícil que no consideremos que “ese actor” es un impostor. O que la forma de ese dragón no se corresponde con la que nosotros creemos que debería tener. Libertad. De seguir o parar. De volver a leer. De leer con otros ojos. ¿Habéis probado a releer ese libro que os fascinó a los 15? ¿Os parece igual a los 30, a los 50? En los momentos de bajón, un libro que me haga reír. En los momentos de dudas, uno que ofrezca respuestas. En los de soledad, uno que acompañe. En los de miedo, uno que me haga volar a mundos nuevos. Siempre hay un libro que curará mi alma mejor que cualquier pastilla. Así que decido leer.
Nueva normalidad.
Empezamos a pasar de fase, saltando las vallas de esta carrera de obstáculos. Parece que debemos adaptarnos a la nueva etapa aprendiendo a convivir con el virus. Surfeando este mar cambiante a lomos de mascarillas (que a lo mejor acaban ahí, precisamente, en el mar de verdad, causando otros males distintos). A veces da la sensación de que nuestros intentos de acabar con el virus no tienen mucho sentido, que le alimentamos y le dejamos que siga creciendo. Y también a veces parece que los refranes se dan la vuelta. Que, en lugar de matar moscas a cañonazos, son los bichos los que tienen la artillería. Y que en boca cerrada también entran moscas. Y nos hablan de inmunidad de rebaño, que así acabaremos protegidos, pero nos sentimos también como un rebaño, sin voluntad para elegir a dónde vamos.
No sé qué decidir, pero mi libertad interna me hace las maletas. Vuelo donde quiero, viajo donde me apetece. Nadie me lo impide. Y hago planes, como si mañana pudiera llevarlos a cabo. Porque… ¿quién sabe si mañana puedo?