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Psicóloga, especialista en dolor crónico, enfermedades reumáticas y fibromialgia

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Blog

Blog de Milena Gobbo, psicóloga especialista en dolor y enfermedades reumáticas.

Información, ideas y novedades relacionadas con el dolor crónico, con las enfermedades que lo producen (fibromialgia, artritis reumatoide, cáncer, espondiloartropatías, enfermedad inflamatoria intestinal, etc.) y con los estados emocionales que contribuyen a que se mantenga (depresión, ansiedad, estrés, etc.)

Crónicas del Coronavirus 8. Mirando al futuro

Milena Gobbo

Para Eva, el arte es su medicina. Se delata a sí misma al enviarme uno de sus dibujos, en el que se ve una farmacia con un escaparate que, en lugar de medicinas, está lleno de material de bellas artes. Me trae a la memoria una entrada antigua de mi blog que hablaba, precisamente, sobre el uso del dibujo para aliviar el dolor. Está claro que la actividad artística funciona para poder regular las emociones, al menos para algunas personas. 

La medicina del arte.

Eva me manda tantos dibujos que no sé por dónde empezar. Me cuesta elegir y descartar. ¡Son todos tan interesantes! Así que opto por la actualidad. El momento. Es imposible no hacerlo porque para mí ha sido maravilloso escuchar esta mañana carreras y voces de niños. Verlos con las bicicletas (privilegiada yo, que tengo un balcón desde el que puedo verlos pasar, en una avenida ajardinada y tranquila). ¡Todos tenemos tantas ganas de correr, como ellos, por la calle! 

Hace muchos años vi una película cuyo título no recuerdo. Pero sí recuerdo que los niños protagonistas iban corriendo a todas partes. Verlos me trajo la infancia al cuerpo. Esa sensación fantástica. Esa prisa. Los niños no andan. Corren. Cuando se cansan basta una frase: “A ver quién llega antes hasta esa papelera”, y su cansancio desaparece. Es mágico. Los niños tienen ese impulso dentro que es envidiable. Esas ganas. Esa ilusión. Por eso me alegra pensar que los niños puedan salir a las calles, aunque sea con medidas, con metros, con reglas, con condiciones. Me alegra mucho. Pero a veces, oscilo, como Eva en sus dibujos, entre la alegría y la duda: ¿no estaremos jugando peligrosamente?

Del pasillo de casa a la calle…tomando medidas y procurando no jugar con fuego.

Con la salida de los niños, tengo la sensación (quizás falaz, pero no por ello menos intensa) de que este es el primer paso que damos hacia el futuro. Ellos, niños míos, son el futuro. Y que estén en la calle es un poco como acabar con el maldito virus. Ese que por la noche soñamos con destruir. Verlos en la calle me hace pensar que ya queda menos. Que alguno de nuestros intentos desesperados por destruirlo, por acabar con él, va a dar resultado. Que de una manera o de otra lo vamos a conseguir y que será pronto. Tengo ganas de verlo aplastado, humillado, destrozado, tengo ganas de poder con él, de ser más fuerte que él… aunque sienta que todavía el suelo en el que me apoyo sea peligrosamente inestable.

Lo aplasto, lo sierro, lo piso… puedo con él.

Sin embargo, no puedo menos que hacerme preguntas. Ya queda menos, sí, ya queda menos…pero ¿menos para qué? ¿qué es lo que vendrá después? ¿cuál es el mundo que nos espera? ¿qué nos depara el futuro? En esa ventana al mundo que son nuestros teléfonos móviles he visto miradas de todo tipo. He visto gente que simplemente esconde la cabeza y cierra los ojos al futuro porque no lo quiere ver. También gente que alza los ojos a las alturas. Al cielo de sus creencias para confiar en Dios y en su intercesión.  A las alturas de los que gobiernan, porque confían o desconfían de ellos, y piensan que la solución o la derrota llegará de allí. A las alturas de la ciencia, de los sabios, de los gurús que pensamos que tienen conocimientos superiores a los nuestros y que van a encontrar la forma de salvarnos del virus, y de sus consecuencias. Y entre medias, encuentro miradas de todo tipo: esperanzadas o suplicantes, suspicaces o confiadas. Yo, me identifico con los que miran de frente. Los que simplemente miran. Los que observan. Los que intentan verlo todo. Los que miran al futuro intentando estar limpios de sesgos, expectantes, curiosos. Sin vaticinios. Sin catástrofes. Sin triunfalismos. Sólo viendo cada día lo que llega. Y deseando, eso sí, que siga llegando un día nuevo, y que el que llegue sea al menos un poco mejor. 

Porque desear es gratis. Así que, a poder ser, deseo que llegue el día de la madre, el próximo fin de semana, y que mi regalo sea un poco de aire de Madrid.


Crónicas del Coronavirus 7. Buscando el equilibrio.

Milena Gobbo

Buscando el equilibrio.

A mis pacientes hay palabras que les repito muchísimo. Hasta el aburrimiento. Una de ellas es equilibrio. La importancia de no dejarse ir hacia los extremos en ninguna circunstancia. De mantener la sensación de control en cada momento para no permitir que las situaciones nos desestabilicen. Que ya está bien de ir por la vida como pollos sin cabeza. De pensar en blanco y negro. Como si las cosas fueran perfectas o desastrosas. Las cosas son. Y punto. Y tenemos que aprender a lidiar con ellas lo mejor que sepamos. Lo mismo con las emociones. No pasar de la depresión a la euforia, del estrés a la calma total, del miedo a la temeridad... mantenerse siempre en un punto intermedio que deje que nuestra cabeza pueda pensar con claridad.

Cuando Eva me envió su último grupo de dibujos, el que más me llamó la atención fue el de los pies de una bailarina, uno descalzo y otro no, sobre una bombilla que guardaba un globo terráqueo en su interior. Me fascinó y lo encontré ininteligible. Pero, tal y como me ocurre con sus dibujos, permití que una palabra aflorara en mi cabeza. Equilibrio. Y decidí que a partir de ahí engancharía mi interpretación y mi reflexión sobre el resto de los dibujos.

¡Estamos tan necesitados de equilibrio…! Si queremos salir adelante en esta situación, con la marejada y los vaivenes a los que esta enfermedad y su gestión nos ha arrojado, necesitamos más que nunca mantenernos firmes, buscar referencias, y establecer horizontes. No dejarnos arrastrar de un lado a otro. Mantener el equilibrio.

Creo que eso representa esa bailarina. Una humanidad que, independientemente de que lo haga con más o menos recursos, necesita funcionar unida y de común acuerdo para mantenerse en equilibrio en esta situación y que el mundo siga brillando para todos. No es momento de perderse ni en reproches ni en victimismos, sino de mantenerse tranquilo y firme. Es momento de mantenerse unidos para poder seguir en pie.

Todos juntos. Todos iguales.

Me gusta la suma de las manos para contener este virus. Todas las manos cuentan. Las de los sanitarios, las de los comerciantes, las de los que cantan, las de los que cosen, las de los que no hacen nada, pero al menos no ponen palos en las ruedas, las de los que nos hacen reír, las de los que se equivocan, las de los que lo intentan… Pero me gusta, sobre todo, la metáfora de nuestros balcones. Esos en los que cabemos todos, en los que buscamos salvarnos de la tempestad. Ahora somos en cierto sentido tan frágiles y vulnerables como todos los refugiados que hemos visto surcar el mar en patera. Como ellos huimos. Como ellos tenemos miedo. Como ellos queremos encontrar refugio en un lugar seguro. Y nuestras casas son los barcos que nos mantienen a salvo. Es curioso cómo el virus, de algún modo, restaura el equilibrio, simplemente, porque nos afecta a todos por igual. 

El virus ha dejado parada nuestra industria, nuestras fábricas, y muchas de las formas en que nos ganamos la vida. Y tenemos que elegir en qué invertimos el dinero, cómo lo usamos. Cuáles deben ser las prioridades. Tenemos que reflexionar para encontrar un nuevo equilibrio en los gastos. En las inversiones. Qué va primero y por qué. Y como se suele decir, la justicia no es dar a todos por igual, sino a cada uno según su necesidad. ¿Y qué es lo que más necesitamos ahora? 

En cualquiera de los ámbitos, no sólo en el público, tenemos que aprender a jugar nuestras cartas. No sólo los gobiernos, los estados, los ayuntamientos, las empresas, y las grandes multinacionales deben usar inteligentemente los recursos. También cada uno de nosotros, tenemos que encontrar un equilibrio. Decidir cómo vamos a utilizar aquello de lo que disponemos. Nos han dado unas cartas y con esas cartas tendremos que jugar la partida. E intentar ganar el juego.

Recuperar, poco a poco, el equilibrio, eso que nunca imaginamos que fuera tan importante: LA NORMALIDAD.

Crónicas del coronavirus 6. Se irá como llegó.

Milena Gobbo

Las canciones, los poemas, los libros, los cuadros, si son buenos, cobran distinto sentido en función de la persona que los mira. Pero también, la misma persona puede hacer distintas lecturas de una misma obra según la vea en diferentes momentos de su vida. Desde que Eva me envió sus últimos dibujos, quizás porque también estuvimos hablando de Aute, que acababa de fallecer, me vinieron a la mente canciones de las que me gustaban a los 20 años. Cantautores sobre todo. Y una de esas canciones especialmente se repetía machacona en mi cabeza. La “Canción para una depresión” de Joan Bautista Humet. No era mi favorita entonces. Sin embargo, la debí escuchar muchas veces, porque recordaba la letra palabra por palabra, y no daba crédito a lo bien que me encajaba en este momento.

¿Depresión? No sé. Los médicos y los psicólogos ponemos en “cajas” imaginarias las cosas del cuerpo y de la mente para entenderlas mejor. Las nombramos. Intentamos definirlas. Así que llamemos depresión, si queréis, a esta sensación que nos está acompañando a veces.

No es sólo la angustia de estar encerrado. Es la pena por los sucesos tristes que cada día te comentan o vives en primera persona. Es el miedo de si el próximo podrías ser tú, podría ser la persona a la que quieres. La incertidumbre de lo que pasará más adelante en todos los ámbitos de nuestras vidas. La impotencia de querer hacer frente a lo que ocurre y no saber cómo hacerlo. Hay cosas de las que no podemos escapar. Contra las que no podemos luchar. Tenemos que mirarlas llegar, apretar los dientes, cerrar los ojos, dejar que nos inunden y confiar en que, cuando por fin se marchen, estemos todavía allí, en pie.

La catástrofe.

Junto con el virus ha llegado un compañero igual de peligroso. Incluso yo diría que más peligroso. Los psicólogos lo llamamos el catastrofismo. Ya sabéis, necesitamos “cajas”, “etiquetas”, modos de nombrar lo innombrable. Este pensamiento catastrófico se ha colado con el virus en todos nosotros. No importa en qué lugar del mundo vivamos, nuestro sexo, edad, nivel económico y religión. El cuervo de la catástrofe no distingue fronteras ni físicas ni mentales.

El compañero indeseable

Como el coronavirus, el catastrofismo se contagia rápidamente, se cuela en todas partes, no nos abandona y vigila todo lo que hacemos, nuestra vida cotidiana. Todos nuestros intentos de descansar, de entretenernos, de compartir, de soñar,… son burlados por este cuervo de mal agüero que nos anticipa todos los males reales o imaginarios y nos enturbia sistemáticamente las ideas felices.

Leopardos y erizos

Mientras dentro de nuestras casas el cuervo nos somete a la presión de sus vaticinios siempre terribles, en el mundo exterior sólo vemos dos tipos de individuos:

· Los leopardos. Esos depredadores sigilosos siempre al acecho para cobrarse víctimas. Esos que buscan sacar el máximo rendimiento de la catástrofe. Los que pese a ella se harán más ricos. Los que se harán más famosos. Los que sacarán provecho de la situación.

· Los erizos. Esos seres vulnerables y temerosos en los que nos hemos convertido la mayoría, que andan ahora con las púas por delante. Muertos de miedo. Estableciendo distancias. Recorriendo el mundo con mirada huidiza intentando no cruzarse con nadie.

El flautista de Hamelín

Pese a todo, estoy segura de que un día no muy lejano nos liberaremos del virus. No sé si una flauta mágica sonará por casualidad y se lo llevará consigo. Pero lo importante es que con virus o sin él, al que debemos exterminar sin duda y alejar de nosotros es al cuervo del catastrofismo. No podemos dejar que nos arranque los ojos. Porque si miramos con los ojos del cuervo todo lo vemos negro. Tenemos por el contrario que arrancar los suyos y plantar semillas de futuro para pensar que se irá, que todo se irá como llego, sin avisar, y que, mientras tanto, como también cantaba Humet, “Hay que vivir, amigo mío”.