Crónicas del coronavirus 6. Se irá como llegó.
Milena Gobbo
Las canciones, los poemas, los libros, los cuadros, si son buenos, cobran distinto sentido en función de la persona que los mira. Pero también, la misma persona puede hacer distintas lecturas de una misma obra según la vea en diferentes momentos de su vida. Desde que Eva me envió sus últimos dibujos, quizás porque también estuvimos hablando de Aute, que acababa de fallecer, me vinieron a la mente canciones de las que me gustaban a los 20 años. Cantautores sobre todo. Y una de esas canciones especialmente se repetía machacona en mi cabeza. La “Canción para una depresión” de Joan Bautista Humet. No era mi favorita entonces. Sin embargo, la debí escuchar muchas veces, porque recordaba la letra palabra por palabra, y no daba crédito a lo bien que me encajaba en este momento.
¿Depresión? No sé. Los médicos y los psicólogos ponemos en “cajas” imaginarias las cosas del cuerpo y de la mente para entenderlas mejor. Las nombramos. Intentamos definirlas. Así que llamemos depresión, si queréis, a esta sensación que nos está acompañando a veces.
No es sólo la angustia de estar encerrado. Es la pena por los sucesos tristes que cada día te comentan o vives en primera persona. Es el miedo de si el próximo podrías ser tú, podría ser la persona a la que quieres. La incertidumbre de lo que pasará más adelante en todos los ámbitos de nuestras vidas. La impotencia de querer hacer frente a lo que ocurre y no saber cómo hacerlo. Hay cosas de las que no podemos escapar. Contra las que no podemos luchar. Tenemos que mirarlas llegar, apretar los dientes, cerrar los ojos, dejar que nos inunden y confiar en que, cuando por fin se marchen, estemos todavía allí, en pie.
La catástrofe.
Junto con el virus ha llegado un compañero igual de peligroso. Incluso yo diría que más peligroso. Los psicólogos lo llamamos el catastrofismo. Ya sabéis, necesitamos “cajas”, “etiquetas”, modos de nombrar lo innombrable. Este pensamiento catastrófico se ha colado con el virus en todos nosotros. No importa en qué lugar del mundo vivamos, nuestro sexo, edad, nivel económico y religión. El cuervo de la catástrofe no distingue fronteras ni físicas ni mentales.
El compañero indeseable
Como el coronavirus, el catastrofismo se contagia rápidamente, se cuela en todas partes, no nos abandona y vigila todo lo que hacemos, nuestra vida cotidiana. Todos nuestros intentos de descansar, de entretenernos, de compartir, de soñar,… son burlados por este cuervo de mal agüero que nos anticipa todos los males reales o imaginarios y nos enturbia sistemáticamente las ideas felices.
Leopardos y erizos
Mientras dentro de nuestras casas el cuervo nos somete a la presión de sus vaticinios siempre terribles, en el mundo exterior sólo vemos dos tipos de individuos:
· Los leopardos. Esos depredadores sigilosos siempre al acecho para cobrarse víctimas. Esos que buscan sacar el máximo rendimiento de la catástrofe. Los que pese a ella se harán más ricos. Los que se harán más famosos. Los que sacarán provecho de la situación.
· Los erizos. Esos seres vulnerables y temerosos en los que nos hemos convertido la mayoría, que andan ahora con las púas por delante. Muertos de miedo. Estableciendo distancias. Recorriendo el mundo con mirada huidiza intentando no cruzarse con nadie.
El flautista de Hamelín
Pese a todo, estoy segura de que un día no muy lejano nos liberaremos del virus. No sé si una flauta mágica sonará por casualidad y se lo llevará consigo. Pero lo importante es que con virus o sin él, al que debemos exterminar sin duda y alejar de nosotros es al cuervo del catastrofismo. No podemos dejar que nos arranque los ojos. Porque si miramos con los ojos del cuervo todo lo vemos negro. Tenemos por el contrario que arrancar los suyos y plantar semillas de futuro para pensar que se irá, que todo se irá como llego, sin avisar, y que, mientras tanto, como también cantaba Humet, “Hay que vivir, amigo mío”.