Crónicas del Coronavirus 12. Llevar la razón o perderla.
Milena Gobbo
Hace mucho tiempo estaba charlando con una amiga en un muy conocido comercio esperando turno para pagar unas cosas que habíamos comprado a nuestras hijas. De repente escuchamos en el mostrador una discusión que iba progresivamente subiendo de tono, hasta el punto de que todos los que estábamos en la tienda enmudecimos y nos limitamos a contemplar estupefactos aquella sarta de insultos e improperios, que no sé cómo acabaron, porque al final la cajera tuvo que llamar a seguridad. La discusión había empezado porque las dos personas que estaban al principio de la fila pensaban que era su turno y que estaban la una por delante de la otra. Las niñas se miraron y una le dijo a la otra: “Yo creo que la que llevaba la razón era la del abrigo verde, y que estaba antes…”. Mi amiga zanjó el asunto con una frase de las que habría que enmarcar: “Cuando las personas se faltan al respeto y se comportan de esa manera, ninguna lleva la razón, porque la razón es precisamente lo que han perdido”.
Tengo la sensación de que la tensión vivida en los últimos tiempos nos tiene a todos al borde de la pérdida de la razón, y me preocupa especialmente la escalada de rabia, de odio, la falta de respeto al otro. Se puede estar de acuerdo o no con la manera en que se hacen las cosas, pero no es necesario el insulto, el grito, los cuchillos, las heridas. Cuando se pierden las formas, se pierde la razón. No hablo sólo de la política, aunque eso sea lo más evidente, hablo de cómo nos tratamos entre nosotros. De cómo reaccionamos ante las cosas. No es sólo la bronca política (que también), es un estado de ánimo desbordado, en el que la respuesta es tan inadecuada como la conducta que la provocó. Es horrible que un policía mate a una persona sin razón alguna. Pero es horrible también que otras personas arrasen comercios y saqueen lugares. Esa no es la solución. Como dice el hermano de la víctima: “no destruyas, vota”.
No quiero cacerolas, ni teatros. Hace falta algo más que ira para poder salir de esta situación, y es necesario poner la energía en acciones más útiles.
Quiero salir de esta primavera que hemos generado con tanto esfuerzo con más flores y menos cardos.
La actitud tiene que ser de colaborar, no de pelear. En la pelea, al final, sólo ganan los malos. Cuando nos enfrentamos, cuando perdemos la razón, lo que prevalece es lo peor de nosotros, los que medran y florecen son los peores de nosotros. Ese no es el camino.
Hay que elegir bien a los enemigos. Nuestro enemigo no es el virus, ni los policías blancos, ni los políticos de otra ideología. Nuestros enemigos, ya lo decía Cervantes hace tantos años, son la ignorancia, la injusticia y el miedo. Y es ahí donde tenemos que centrar nuestros esfuerzos. Esforzarnos en aumentar nuestros conocimientos, que son los que nos ayudarán a salir de esta epidemia porque todas las medidas son útiles, pero no suficientes. Esforzarnos en luchar para que el mundo sea más justo, y no generalizar sin fundamento. Castigar al que obra mal, sea de la raza que sea, del partido que sea, de la nacionalidad que sea, del sexo que sea, pero no castigar a todos los de su raza, de su partido, de su nacionalidad o de su sexo. Y esforzarnos por vencer el miedo, todos los miedos, pero sobre todo los que nos paralizan y nos impiden ser nosotros mismos. La única forma de vivir sin miedo es ser capaz de enfrentarte a lo que temes y salir victorioso. Nunca más sentirás miedo de ello. Protégete, usa todas tus armas, pide apoyo, haz todo lo necesario para sentirte capaz, pero enfréntate a tus miedos y véncelos. Serás más feliz.
Soy de Madrid, así que aquí hemos salido hace nada de la fase cero. Y hemos salido disparados, como si pudiéramos alejarnos del virus y darle la espalda fácilmente, pero las fases en realidad son una carrera de obstáculos, y debemos dosificar las fuerzas y calcular bien los saltos para no caer. Si no perdemos la razón y nos comportamos como locos, podemos hacerlo, paso a paso, bajaremos esta escalera, pero no es buena idea tirarnos por ella de cabeza.
Sé que a veces nos piden cosas imposibles, que no se puede comer un helado con mascarilla puesta, o mantener distancias de seguridad en espacios que son como latas de sardinas. También nosotros podemos pedir a veces cosas imposibles, como que se esterilice la ciudad hasta el último rincón o que nos permitan cosas que ni siquiera antes hacíamos. En nuestro esfuerzo por luchar contra los gigantes puede que perdamos la razón. Ahora más que nunca debemos sacar de paseo nuestra empatía, entender los tiempos de los demás, los miedos de los demás, las necesidades de los demás. Así, las vallas serán más fáciles de saltar. No hay una única y perfecta manera de volver a la normalidad que satisfaga a todos en todos momento. Seamos responsables cada uno de nosotros mismos.
Creo que ha llegado por fin el momento de abandonar las camas y salir del universo irreal de las pantallas, de dejar de escondernos tras un almohadón y volver a vivir de una forma más completa. Si no lo hacemos corremos el riesgo de perder la razón, de un modo distinto, de perder el criterio “objetivo” de nuestra propia “subjetividad”, de falsear la realidad, de pensar que las cosas que pasan son como las cuentan en lugar de poder contarlas nosotros desde nuestros propios ojos y nuestra propia experiencia. No puedo evitar contar una anécdota. He pasado toda mi vida pensando que la famosa Esfinge estaba al lado de las pirámides, y que tenía un tamaño descomunal. Hasta que no visité El Cairo no fui consciente de su tamaño real y de la distancia que la separa de la pirámide más cercana.
Sé que para algunas personas es difícil volver a sentirse como antes, pero por suerte la mayoría tenemos cosas que nos motivan, y esas cosas serán las que nos vuelvan a llevar a la calle y a la normalidad. Eva es de Santander. Su familia está allí. Y viendo sus dibujos no me cabe de duda de cual es la llave que la irá llevando de una fase a otra hasta poder volver a abrazar lo que ama. Creo que ese es el método más eficaz para volver a entrar en razón. Recordar que todos tenemos nuestros sueños, nuestros afectos, nuestras vidas. Y que para volver a disfrutar de ellos tenemos que vencer a nuestros gigantes.
El día 1 de junio volví a abrir mi consulta y empecé a ver a mis pacientes de modo presencial. Ese fin de semana por primera vez desde el confinamiento mi hija y su marido vinieron a comer a casa. Siento que la normalidad poco a poco vuelve a mí, y eso me hace feliz. También me hace pensar que esta será mi última crónica. No quiero que el Pasapalabra de mi vida se convierta en un universo en el que todas las palabras empiezan por C. Ya está bien de coronavirus. Toca ponerse en pie. Como alguien dijo una vez, “mientras suene la música hay que seguir bailando”. Así que me despido de este ejercicio de reflexión que he compartido con mi amiga usando un vídeo maravilloso que he visto esta mañana. Se grabó hace un año, pero es perfecto para este momento. Creo que quien lo hizo tiene toda la razón.