Versos en el asfalto. Emociones y dolor.
Milena Gobbo
Versos en el asfalto.
Los vi una mañana muy temprano por sorpresa mientras esperaba a que el semáforo se pusiera verde. Dos líneas nada más, en blanco sobre negro. Eran apenas dos versos, que me evocaron de inmediato una persona y un momento concretos, colocando en mi boca una sonrisa y en mis ojos una lágrima, ambas luchando para ver quién ganaba. Ganó la sonrisa, que no soy yo mujer de lágrima fácil. En cualquier caso, los versos me sentaron muy bien, y agradecí mentalmente que alguien pensara que merecía la pena regalar belleza por los suelos. Quizás por eso, me resultó más que sorprendente que, justo a mi lado, otra persona comenzara a mostrar su ira, que iba “in crescendo” conforme se lanzaba en una diatriba en contra del Ayuntamiento, del mal uso de los dineros públicos, de los políticos en general y, ya de paso, de otras muchas cosas más con las que se iba “calentando” a sí mismo, con la connivencia de la persona que le acompañaba, y que asentía a cada cosa que decía.
Me gusta cuando pasan estas cosas, porque son ejemplos perfectos que utilizo para explicar a mis pacientes eso que, a veces, de puro evidente, se nos olvida:
las emociones son algo que no siempre tenemos bajo control, y cualquier cosa, literalmente cualquier cosa, puede ponerlas en marcha.
Contaba por la tarde esta historia a un paciente mío y le preguntaba: “Si yo me hubiera levantado con dolor de cabeza, y esa otra persona también, después de leer esos versos en el asfalto, ¿cuál de los dos crees que se sentiría mejor? ¿y cuál peor? ¿Y por qué crees que yo sentía nostalgia y alegría, mientras que la otra persona sentía ira y frustración, si los dos estábamos mirando lo mismo?”
Y en ese punto llegaba el momento de explicar una de las bases del tratamiento psicológico en general, y del tratamiento del dolor en particular. Las emociones pueden aparecer por cualquier razón: una palabra, un acontecimiento, el clima, un atasco, algo que vemos, algo que escuchamos… pero esas cosas son sólo los detonantes, el disparo de salida. La forma en que esos detonantes nos afectan es algo que depende de cómo nosotros vamos a procesar esa información. Las emociones dependen por una parte de nuestro sistema de creencias, por otro lado, de nuestra experiencia previa, pero, sobre todo, dependen de lo que pensamos en el momento concreto. Según lo que pensemos, según sea nuestro diálogo interior sobre cualquier cosa, tendremos unas emociones u otras.
Ante cualquier situación nosotros podemos pensar de modo distinto. Imaginemos lo diferentes que serían los pensamientos de alguien que tiene hambre, en estas tres situaciones: a) la tiene porque no puede obtener comida, b) tiene hambre porque está haciendo dieta, c) tiene hambre porque está haciendo huelga para mantener unos principios. ¿Se sufre igual el hambre? ¿se siente igual? ¿se piensan las mismas cosas?
Con el dolor ocurre lo mismo. Todos los pensamientos que añadimos a las sensaciones dolorosas generan emociones que aumentan la percepción de dolor o la disminuyen.
Es la diferencia entre sentir dolor y saber que acabará o no conocer su final. Entre tener dolor y pensar que eso nos hace inútiles o poco atractivos y tener dolor y pensar que eso no cambia quienes somos. Podría sin miedo afirmar que los ejemplos son infinitos.
El procesamiento de la información que recibimos del cuerpo se hace en el cerebro a través de distintas vías. Es el cerebro el que finalmente decide si hay dolor o no. El cerebro recibe información del cuerpo, pero, y esto es lo importante, esa información que recibimos del cuerpo se procesa primero en las estructuras cerebrales responsables de las emociones, y después pasa por el área que compara esta información con lo vivido, con las experiencias previas, antes de evaluar si lo que sentimos es dolor o no lo es. Según ambas cosas (experiencia y emoción) el dolor aumenta o disminuye. Saber esto es fundamental para empezar a controlar el dolor. Saber que podemos amplificarlo o disminuirlo si aprendemos a regular las emociones asociadas y si rompemos las creencias erróneas sobre el mismo. Nuestro lenguaje interno cambiará, nuestras expectativas y conductas cambiarán y las cosas irán mejor.
Resumiendo: ¿Quieres que te duela menos? Conoce mejor tus emociones y aprende a manejarlas. Tendrás a mano un arma analgésica poderosa sin efectos secundarios.
Milena Gobbo Positivamente Centro de Psicología